Andrés Ramos | 04 de abril de 2019
El papa Francisco pide su abolición en todo el mundo y apuesta por ofrecer la oportunidad de abrazar de verdad el arrepentimiento.
Aunque el hecho es bien conocido para la opinión pública, no solo en España, no es nuestro objetivo abundar en un tema tratado ya con enorme interés por los diversos medios de comunicación: un juez de Florida, Dennis Bailey, fijó la fecha del 15 de mayo para la fase final del juicio a Pablo Ibar, en la que el jurado decidirá si recomienda la pena de muerte o la cadena perpetua para este joven de origen hispano-estadounidense acusado de tres asesinatos.
Su caso, como otros muchos, reabre un recurrente y necesario debate sobre la pena de muerte. Según diversas clasificaciones, 7 países mantienen la pena de muerte como un castigo para crímenes excepcionales, 35 países la mantienen en sus normas, pero no la aplican en la práctica, y 58 países aún aplican la pena de muerte para crímenes comunes. Ninguno de estos países, salvo Bielorrusia y Rusia, son del ámbito europeo.
Ante el caso de Pablo Ibar, y las cerca de mil ejecuciones contabilizadas en 2017, podemos acercarnos a la opinión de la Iglesia sobre este tema de la pena de muerte, a través de su Magisterio, si la excluye o no. Acudimos al Catecismo de la Iglesia Católica que en su reformado número 2267 expresa que “la pena de muerte es inadmisible, porque atenta contra la inviolabilidad y la dignidad de la persona» (Discurso del Santo Padre Francisco con motivo del XXV Aniversario del Catecismo de la Iglesia Católica, 11 de octubre de 2017). Francisco se compromete con determinación, así lo ha afirmado, a colaborar en su abolición en todo el mundo.
El prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el cardenal español Luis Francisco Ladaria, explicó que “esta nueva redacción del Catecismo es la culminación de un proceso comenzado por san Juan Pablo II y continuado por Benedicto XVI, destinado a fijar el compromiso de la Iglesia Católica con la abolición de la pena de muerte”.
La modificación de este artículo declara inadmisible la aplicación de esta condena en cualquier caso. Francisco pide su abolición en todo el mundo y este cambio no nos ha de resultar extraño ya que la Iglesia, empezando por la Sagrada Escritura y con su experiencia milenaria, defiende la vida desde la concepción hasta la muerte natural, y sostiene la plena dignidad humana, de toda vida humana, en cuanto imagen de Dios, tal como se explica desde el libro del Génesis: “La vida humana es sagrada porque desde su inicio, desde el primer instante de la concepción, es fruto de la acción creadora de Dios” (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2258).
El mensaje fundamental de la Sagrada Escritura anuncia, en primer lugar, que la persona humana es criatura de Dios, y el elemento que la caracteriza y la distingue es ser a imagen de Dios. Para los creyentes, e incluso para los no creyentes, cada vida es un bien y su dignidad debe ser custodiada sin excepciones.
La vida humana es sagrada porque desde su inicio, desde el primer instante de la concepción, es fruto de la acción creadora de DiosCatecismo de la Iglesia Católica, n. 2258
Por otra parte, el respeto a la dignidad humana no puede prescindir de la obediencia al principio de “considerar al prójimo como otro yo, cuidando, en primer lugar, de su vida y de los medios necesarios para vivirla dignamente” (cf. Gaudium et Spes, 26). Entendemos y experimentamos, de manera muy hermosa, que el hombre es “capaz de Dios” y tiende naturalmente hacia Él.
Desde el momento de la concepción, cada hombre es objeto de un amor personal por parte de Dios (cf. Gaudium et Spes, 24), es llamado, por la gracia, a una alianza con su creador, a ofrecer una respuesta de fe y de amor que ningún otro ser puede dar en su lugar. Esta relación con Dios jamás puede ser eliminada.
En cuanto a la sociedad, es cierto que ha de defenderse, pero esto no se logra matando al culpable, sino situándolo en las condiciones para que no pueda volver a hacer daño, ofreciéndole los medios para su reinserción, la posibilidad y el tiempo para arrepentirse y reparar el daño cometido, espacio para pensar sobre su acción y poder así cambiar de vida. Lo que sí parece claro es que solo Dios, que hace caer la lluvia sobre buenos y malos, es dueño de la vida, de toda vida.
El Papa recuerda que “hoy en día hay otros medios para expiar el daño causado, y los sistemas de detención son cada vez más eficaces para proteger a la sociedad del mal que pueden ocasionar algunas personas”, y a nadie se le puede quitar la vida y privarlo de la oportunidad de poder abrazar de verdad el arrepentimiento.
Creemos que el objetivo de la abolición de la pena de muerte a nivel mundial representa una valiente afirmación del principio de la dignidad de la persona humana y de la convicción de que el género humano pueda afrontar el crimen, como también rechazar el mal. Es un signo positivo que cada vez haya más países que apuesten por la vida, al menos en este aspecto, un don que ha de ser protegido desde su concepción, lo hemos recibido y es el más importante de los demás dones y de todos los derechos.
Jordi Évole entrevistó al papa Francisco y la mejor pregunta la formuló el Pontífice.